martes, 1 de enero de 2013

Querido abuelo:





Aún no he podido borrar de mi inconsciente la escena de esa noche del 01 de enero de 2010 donde como un cruel presagio te daba el saludo de año nuevo con un sabor a amarga e inevitable despedida en tu lecho de descanso. Tu rostro cansado y tus escuálidas palabras me transmitían esa sensación especial de que estarías pronto a iniciar ese viaje de ida que no podemos evadir. Y que paradójico es que a la mañana de ese día, recibí a duras penas aquella llamada en que mi madre me había comunicado tu partida, sí, aquello para lo que tanto nos habíamos preparado en nuestro interior y que cada vez veíamos como algo más inevitable, había ocurrido de una forma incrédula, como que de un momento a otro tras el tono del teléfono el mundo se me vino encima. Y ahí partí corriendo a darte un beso en la mejilla antes de que cerraran el ataúd. Estabas elegante y distinguido como el caballero que gustabas ser y del que tanto admiraba.

Han pasado tres años desde ese día, tres años que se me han hecho largos y eternos. Y es que pareciera que desde ese 01 de enero del 2010 el destino se hubiera confabulado de alguna forma para hacer de las suyas, mi abuela, mi tío y diversos parientes cercanos te han acompañado a emprender desde ese entonces aquél místico viaje.

No dejo de llorarte, ni de recordarte, y me siento con el deber de hacerlo, ante la injustificada ingratitud de muchos de los tuyos que parecieran haberte lanzado de sus vidas como si fueras un mero accidente, sí,  a esos mismos a los que ayudaste a crecer, a formarlos como las personas que son hoy en día, tal cual lo hicieras conmigo.

Cuando voy a la casa de La Reina, aún pienso que te voy a encontrar sentado a la entrada leyendo el diario como todas las tardes de verano y me recibías con esa cándida y efusiva sonrisa de un padre al reencontrarse con su hijo, o regando uno de tus más preciados tesoros: el jardín de rosas rojas. Subo unas cuadras más arriba hasta La Plaza, y me parece estar mirándote ahí como me acompañabas a andar en bicicleta y me decías que me cuidara tanto que no fuera a chocar. Entro a la casa, voy al comedor y ahí te veo tomando mate con la abuela, sentándome junto a ustedes dos para conversar durante largas horas con esas fecundas charlas que endulzaban los días. Y así han pasado esos tres años, donde siento que una mitad de mi vida se ha ido. Porque tú sabes muy bien que no sólo eres mi abuelo, fuiste un compañero de vida junto a la abuela, me guiaron por este tortuoso sendero de la vida, me regalaron su incondicionalidad y su cariño, una herencia para mi incalculable. Porque por más que a uno le saquen en cara aquel desgarrador cliché de que “debemos estar preparado para la muerte de los nuestros”, hoy sé que eso es una tremenda falsedad.

Como me gustaría llegar de improviso a la casa, saludarte, contarles a ti y a la abuela de que he viajado a otros países, he disfrutado ciudades impactantes y que te traigo un kilo de historias y de recuerdos como a ustedes dos les encantaba oír. Pero ya nada de eso es posible. Pero en parte si es posible, porque siento que heredé de ti, entre otras muchas cosas, ese espíritu del viajero aventurero que tiene esos deseos incontenibles de abrir un mapa e ir a esas ciudades y países que pasan por nuestros ojos. Nunca olvidaré cuando de pequeño me contabas esas intrigantes historias de tus viajes en tren por Chile, de tus peripecias cuando trabajabas en los ferrocarriles. Me transmitiste ese cariño de viajar sobre rieles.

Te lloro en silencio, porque la vida es ingrata. Ingrata porque aún no he tenido la oportunidad plena de vivir el duelo de tu ausencia y la de la abuela. Es como si no quedara otra alternativa que salir adelante, pero lo he hecho con cierta convicción porque la mejor forma de recordarlos a los dos, es vivir todas esas cosas que me enseñaron con tanta pasión y esmero sin pedir nada a cambio. Jamás dejé de agradecerles en vida por ello y no lo haré.

Me quedo con la tranquilidad de que tú y la abuela están juntos, tal como lo hicieran en vida tras casi 60 años de matrimonio. Y sé que donde estén están teniendo ese merecido descanso, tras una vida sin tregua y con muchas asperezas. Y algún día ahí volveremos a estar los tres, como tantas tardes allá en tu casa de La Reina.