Aún no he podido borrar de mi
inconsciente la escena de esa noche del 01 de enero de 2010 donde como un cruel
presagio te daba el saludo de año nuevo con un sabor a amarga e inevitable
despedida en tu lecho de descanso. Tu rostro cansado y tus escuálidas palabras
me transmitían esa sensación especial de que estarías pronto a iniciar ese
viaje de ida que no podemos evadir. Y que paradójico es que a la mañana de ese
día, recibí a duras penas aquella llamada en que mi madre me había comunicado tu
partida, sí, aquello para lo que tanto nos habíamos preparado en nuestro
interior y que cada vez veíamos como algo más inevitable, había ocurrido de una
forma incrédula, como que de un momento a otro tras el tono del teléfono el
mundo se me vino encima. Y ahí partí corriendo a darte un beso en la mejilla
antes de que cerraran el ataúd. Estabas elegante y distinguido como el
caballero que gustabas ser y del que tanto admiraba.
Han pasado tres años desde ese
día, tres años que se me han hecho largos y eternos. Y es que pareciera que
desde ese 01 de enero del 2010 el destino se hubiera confabulado de alguna
forma para hacer de las suyas, mi abuela, mi tío y diversos parientes cercanos
te han acompañado a emprender desde ese entonces aquél místico viaje.
No dejo de llorarte, ni de
recordarte, y me siento con el deber de hacerlo, ante la injustificada
ingratitud de muchos de los tuyos que parecieran haberte lanzado de sus vidas como
si fueras un mero accidente, sí, a esos
mismos a los que ayudaste a crecer, a formarlos como las personas que son hoy
en día, tal cual lo hicieras conmigo.
Cuando voy a la casa de La
Reina, aún pienso que te voy a encontrar sentado a la entrada leyendo el diario
como todas las tardes de verano y me recibías con esa cándida y efusiva sonrisa
de un padre al reencontrarse con su hijo, o regando uno de tus más preciados
tesoros: el jardín de rosas rojas. Subo unas cuadras más arriba hasta La Plaza,
y me parece estar mirándote ahí como me acompañabas a andar en bicicleta y me
decías que me cuidara tanto que no fuera a chocar. Entro a la casa, voy al
comedor y ahí te veo tomando mate con la abuela, sentándome junto a ustedes dos
para conversar durante largas horas con esas fecundas charlas que endulzaban
los días. Y así han pasado esos tres años, donde siento que una mitad de mi
vida se ha ido. Porque tú sabes muy bien que no sólo eres mi abuelo, fuiste un
compañero de vida junto a la abuela, me guiaron por este tortuoso sendero de la
vida, me regalaron su incondicionalidad y su cariño, una herencia para mi
incalculable. Porque por más que a uno le saquen en cara aquel desgarrador
cliché de que “debemos estar preparado para la muerte de los nuestros”, hoy sé
que eso es una tremenda falsedad.
Como me gustaría llegar de
improviso a la casa, saludarte, contarles a ti y a la abuela de que he viajado
a otros países, he disfrutado ciudades impactantes y que te traigo un kilo de
historias y de recuerdos como a ustedes dos les encantaba oír. Pero ya nada de
eso es posible. Pero en parte si es posible, porque siento que heredé de ti,
entre otras muchas cosas, ese espíritu del viajero aventurero que tiene esos
deseos incontenibles de abrir un mapa e ir a esas ciudades y países que pasan
por nuestros ojos. Nunca olvidaré cuando de pequeño me contabas esas intrigantes
historias de tus viajes en tren por Chile, de tus peripecias cuando trabajabas
en los ferrocarriles. Me transmitiste ese cariño de viajar sobre rieles.
Te lloro en silencio, porque la
vida es ingrata. Ingrata porque aún no he tenido la oportunidad plena de vivir el
duelo de tu ausencia y la de la abuela. Es como si no quedara otra alternativa
que salir adelante, pero lo he hecho con cierta convicción porque la mejor
forma de recordarlos a los dos, es vivir todas esas cosas que me enseñaron con
tanta pasión y esmero sin pedir nada a cambio. Jamás dejé de agradecerles en
vida por ello y no lo haré.
Me quedo con la tranquilidad
de que tú y la abuela están juntos, tal como lo hicieran en vida tras casi 60
años de matrimonio. Y sé que donde estén están teniendo ese merecido descanso,
tras una vida sin tregua y con muchas asperezas. Y algún día ahí volveremos a
estar los tres, como tantas tardes allá en tu casa de La Reina.